"En esta aldea vivía una humilde familia que
tenía un caballo negro, era un caballo salvaje que llevaba
muchísimos años con ellos.
La familia le cuidaba y alimentaba y a
cambio, se ayudaban de él para las labores del campo. El caballo era
libre de ir y venir, no estaba encerrado, a veces se iba pero al poco
tiempo volvía.
La familia siempre le dejaba paja
limpia y agua fresca.
Todos en la aldea comentaban la gran suerte
que había tenido esa familia con el caballo, ellos siempre
contestaban “buena suerte o
mala suerte, quien sabe”.
Una mañana se levantaron y vieron que el
caballo había muerto. Se pusieron muy tristes, lloraron durante
días. Y la gente de la aldea fue a verles diciéndoles la
mala suerte habían tenido y
ellos con lágrimas en los ojos decían “buena
suerte o mala suerte, quien sabe”.
La familia continuó poniendo paja
limpia y agua fresca.
A los pocas semanas oyeron ruidos en el
granero, fueron a ver qué pasaba y encontraron a un caballo joven,
precioso, era un caballo salvaje que al ver el granero abierto entró
a comer la paja limpia y a beber
el agua fresca.
El caballo se sintió tan cómodo allí,
podía entrar y salir cuando quisiese disponía de agua fresca y paja
limpia cada día, que decidió quedarse a vivir con la familia.
Toda la gente de la aldea les decía qué
buena suerte
habían tenido, a lo que la familia respondió “buena suerte
o mala suerte, quién sabe”,
ahora estaban contentos, pero la respuesta fue la misma.
El caballo llevaba ya meses allí pero una
mañana desapareció, no se preocuparon y siguieron poniendo agua
fresca y paja limpia. El
caballo no regresaba y la gente del pueblo volvió a decirles qué
mala suerte, a lo que ellos volvieron a responder
“buena suerte o mala suerte, quién sabe”.
Finalmente el caballo regresó, pero no lo
hizo solo... traía a una hermosa yegua con él.
De nuevo la gente del pueblo comentaba su
buena suerte, ellos respondían lo mismo que en otras ocasiones
“buena suerte o mala... quién sabe”.
La familia, tenía un hijo que ayudaba al
padre en las tareas del campo y se encargaba adiestrar a los caballos
en las tareas del campo. Un día el caballo hizo un movimiento
extraño y el chico se cayó rompiéndose las piernas.
La gente del pueblo fue a visitarles
diciéndoles la mala suerte que habían tenido a lo que la familia
contesto “buena suerte o mala
suerte, quien sabe”.
Al poco tiempo se declaró una guerra y el
gobierno pasó a reclutar a todos los jóvenes con edad suficiente
para luchar. Al llegar a la casa de la familia vieron que el hijo no
podía caminar así que lo declararon no apto para el campo de
batalla. Todos los demás jóvenes de la aldea fueron reclutados. La mayoría murieron o quedaron mal heridos.
La gente de la aldea volvió a decir “qué buena suerte habéis
tenido, vuestro hijo no ha ido a la guerra”, ellos respondieron
“buena suerte o mala suerte...”.
La
gente de aquella aldea entendió entonces que, más allá de las
apariencias la vida tiene otros significados."
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Lo que solemos llamar “buena o mala suerte”, muchas veces sólo
lo podemos definir con la perspectiva que da el paso del tiempo; a
veces “lo bueno” desemboca en algo malo y “lo malo” deviene
en algo bueno...
Tendremos que vivir sucesos que no dependerán de nosotros, en
apariencia favorables o desfavorables. Ante lo negativo, no nos
servirá de nada adoptar el papel de víctimas, buscar culpables o
dar vueltas sobre nuestra mala suerte. Son tiempo y energía
perdidos.
Lo que sí depende de nosotros es nuestra actitud, sobre qué enfocamos nuestro pensamiento y cómo queremos influir para construir nuestra realidad: ser actores de nuestra existencia, ni espectadores ni víctimas.
Lo que sí depende de nosotros es nuestra actitud, sobre qué enfocamos nuestro pensamiento y cómo queremos influir para construir nuestra realidad: ser actores de nuestra existencia, ni espectadores ni víctimas.
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