A
veces, tenemos un proyecto importante en la vida personal o
profesional en el que deseamos que todo salga perfecto. Le dedicamos
mucho esfuerzo y tiempo, analizamos todos los factores, sopesamos
todas las posibilidades, incluso las más remotas, con la confianza
en conseguir así una jugada redonda ; pero, en no pocas
ocasiones, con el transcurrir del tiempo a las previsiones iniciales
se le van añadiendo otras sobrevenidas, con lo que nuestro plan
es cada vez más y más complejo e inabarcable.
Es
normal que intentemos dar lo mejor de nosotros mismos en proyectos
importantes, pero la posibilidad de fallar siempre va a estar
presente y es mejor aceptarla. Si pretendemos eliminarla totalmente
controlando cada aspecto, corremos el riesgo de resultar abrumados
por nuestro exceso de control... quedarnos estancados, sin nunca
pasar a la acción o tomar una decisión real... dejando que el hecho
se aplace a una fecha indefinida, a algún día.
Esta
parálisis por análisis esta postergación, en el fondo
oculta un temor a las consecuencias, miedo al fracaso, miedo al
cambio...
Y lo peor es que por estos temores, muchas veces dejaremos
escapar oportunidades valiosas en nuestra vida.
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